El capital humano en el siglo XXI
El capital humano en el siglo XXI
Por Ricardo Rosselló, PhD
Cada vez se hace más evidente que, a medida que avanza la tecnología moderna, las economías del mundo estarán dependiendo más del capital humano y los conocimientos para garantizar el progreso futuro del ser humano.
El uso de las computadoras en cada quehacer de nuestras vidas, las comunicaciones móviles, los viajes frecuentes al espacio, más los avances en la genética, la robótica y la nanotecnología van a exigir mentes altamente capacitadas y diestras para que podamos andar al paso casi supersónico de desarrollo que siguen todas las sociedades avanzadas de hoy.
Por ende, será el capital humano –y no los recursos naturales– lo que será indispensable para lograr las innovaciones necesarias y continuas que servirán de base para las economías sólidas y robustas del nuevo milenio.
El fenómeno de la innovación como parte integral del desarrollo socioeconómico de un pueblo en realidad ha existido a través de la historia. Luego de descubrir el fuego e inventar la rueda, el ser humano siguió innovando con el bronce, el acero, la transportación marítima, la arquitectura, la construcción, la formación de sociedades complejas de diversos niveles de jerarquías, hasta llegar a crear vastos imperios y dinastías como los imperios egipcio, griego y romano, la Dinastía Ming, y todos las demás sociedades grandes que hemos conocido desde la antigüedad hasta el siglo XVIII.
Lo curioso de este proceso es que, durante cientos de años, el avance de la tecnología humana siguió una curva estable y paulatina, en la que no resaltan innovaciones que causaran cambios drásticos en las sociedades de la época. El arco y la flecha, por ejemplo, fueron armas de defensa por siglos y siglos hasta que llegó la pólvora.
Y a pesar de lo revolucionaria que fue la pólvora, el proyectil impulsado por una explosión de pólvora (bola de cañón, bala de mosquete, munición de pistola) se ha utilizado básicamente de la misma manera por siglos de siglos. Igualmente la transportación marina se circunscribió por siglos a la tecnología básica de la vela, al igual que la transportación terrestre constó básicamente de un carruaje tirado por caballos u otros animales.
No fue hasta la Revolución Industrial que la innovación tecnológica del ser humano comienza su ascendencia exponencial. De ese punto en adelante, la maquinaria reemplaza al músculo, el transporte marítimo y terrestre se motoriza, nace el transporte aéreo, llegan la electricidad, las telecomunicaciones, los misiles, las bombas nucleares, la televisión y las computadoras; nace la exploración espacial; se ven avances en la medicina y en las ciencias, y logramos todas las maravillas modernas que conocemos en nuestra “aldea global” digitalizada de hoy, muchas de las cuales hace escasamente unos 10 ó 15 años podrían haber sido cosa de ciencia ficción.
Sin embargo, hay que señalar dos aspectos muy interesantes sobre la innovación tecnológica del hombre a través de los tiempos. Primero, no importa la época, ni cuán grande haya sido una sociedad o un imperio, el desarrollo social del ser humano siempre ha encontrado períodos de estancamiento y hasta colapso motivados por cinco factores básicos: cambios climáticos, migración, enfermedades (plagas), hambruna y/o el fracaso de la estructura social del pueblo (o del Estado).
Pero ante las adversidades, el hombre siempre ha sabido utilizar su ingenio para salir adelante –se cubrió de pieles cuando llegó un frío inusual, descubrió medicinas (o plantas medicinales) que aliviaban sus males físicos, cambió las estructuras de sus gobiernos cuando las otras no funcionaban y aprendió a sembrar diversas variedades de cosechas para sustentarse mejor.
Lo segundo es que, a través de los tiempos, la alta educación en el planeta ha ido creciendo a un ritmo similar al ritmo que ha avanzado la tecnología humana. Durante la Época Romana, se calcula que sólo había unos 50,000 humanos con lo que se consideraba una alta educación.
Esta cifra se mantuvo más o menos estable hasta el siglo XIX, cuando las personas estudiando en universidades ya alcanzaban unas 500,000 en el planeta. Ya para el 1997 ese número sube a 10 millones y en el 2007 había sobre 100 millones de estudiantes universitarios en la Tierra. Es decir, a medida que ha avanzado la tecnología en el mundo, también se han sumado cada vez más personas a los rangos de los educados en universidades.
Aún así, el número actual de sólo 100 millones de graduados de universidad en un mundo que cuenta con más de 6,000 millones de habitantes es una cifra bastante reducida de mentes educadas, por lo que queda bastante espacio para crecer en ese sentido. El punto es que la ampliación de los conocimientos siempre ha sido clave para propulsar el desarrollo socioeconómico del hombre, y esta realidad se hace más evidente hoy, a medida que la tecnología progresa exponencialmente.
Si bien la máquina reemplazó al músculo en el siglo XIX, la informática y el conocimiento serán los que seguirán impulsando las economías del mundo en el futuro próximo y lejano. Serán las mentes innovadoras, y no la riqueza de recursos naturales, lo que dictará el progreso de los pueblos.
De hecho, los recursos naturales cada vez se hacen más escasos en el planeta, por lo que el capital humano, que es ilimitado, se vuelve aún más valioso e indispensable en el siglo XXI, porque esa misma escasez de recursos obligará al ser humano a ser más creativo y hábil si quiere mantener un nivel de vida sustentable, que vaya a tono con el ambiente y el rápido avance tecnológico de los tiempos.
Puerto Rico no está ajeno a este fenómeno inevitable. Podremos carecer de vastos recursos naturales, pero talento y mentes privilegiadas nos sobran. Vamos entonces a desarrollar ese capital humano al máximo para que nuestra Isla pueda asumir un rol más prominente en ingeniar nuevas soluciones a los problemas que asechan a nuestro planeta, bien sea en el ámbito político, científico o social.
Nos compete a todos fomentar la creatividad, la ética de trabajo y la innovación entre nuestros estudiantes y trabajadores para que puedan afrontar fácilmente las demandas de la globalización y las tecnologías emergentes de la genética, la nanotecnología y la robótica que estarán dominando las economías mundiales de hoy en adelante.
Para no quedarnos rezagados en un mundo que avanza a la velocidad del Internet, vamos a ofrecerles a nuestros estudiantes una educación universal, dentro de la cual se le pueda garantizar a todo niño sus estudios preescolares y todo estudiante graduado de escuela superior que sea aceptado en una universidad tenga el derecho a asistir a ella, esto sin importar limitaciones económicas y/o sociales.
Para nuestra clase trabajadora, es imperante crear talleres de desarrollo y conocimiento técnico, como también cursos de educación continuada que le permitan conseguir las herramientas necesarias para competir efectivamente en el nuevo mundo de las economías de conocimiento.
Pero para lograr esta educación continua de nuestra gente, una educación que empiece desde los primeros años de la infancia y siga hasta la vejez, tiene que existir un franco compromiso con la educación y una colaboración explícita de parte de todos los sectores de la sociedad –no sólo el Gobierno, sino igualmente el sector privado, las organizaciones comunitarias y profesionales, los padres y familiares, los municipios y las organizaciones de base de Fe. No podemos permitir que el talento boricua se quede sin explotar todo su potencial.
Nuestro capital humano merece la inversión de recursos, tiempo y empeño que bien hemos invertido en tantas otras cosas. Es cuestión de voluntad y decisión.
Si, aún en la situación económica tan precaria que vivimos, afortunadamente logramos seguir adelante con la obra pública; si siempre nos hemos levantado de los embates de huracanes y desastres naturales; si logramos graduar en Puerto Rico ingenieros de calibre mundial y podemos atraer a nuestra Isla industrias tan altamente tecnológicas como la farmacéutica y de la informática, definitivamente tenemos una enorme capacidad de hacer cosas grandes a favor de nuestro pueblo.
Nuestro capital humano, nuestro talento boricua –que es el verdadero futuro de nuestro pueblo– merece que le dediquemos todo nuestro esfuerzo y mucho más. La decisión está en nuestras manos.
El uso de las computadoras en cada quehacer de nuestras vidas, las comunicaciones móviles, los viajes frecuentes al espacio, más los avances en la genética, la robótica y la nanotecnología van a exigir mentes altamente capacitadas y diestras para que podamos andar al paso casi supersónico de desarrollo que siguen todas las sociedades avanzadas de hoy.
Por ende, será el capital humano –y no los recursos naturales– lo que será indispensable para lograr las innovaciones necesarias y continuas que servirán de base para las economías sólidas y robustas del nuevo milenio.
El fenómeno de la innovación como parte integral del desarrollo socioeconómico de un pueblo en realidad ha existido a través de la historia. Luego de descubrir el fuego e inventar la rueda, el ser humano siguió innovando con el bronce, el acero, la transportación marítima, la arquitectura, la construcción, la formación de sociedades complejas de diversos niveles de jerarquías, hasta llegar a crear vastos imperios y dinastías como los imperios egipcio, griego y romano, la Dinastía Ming, y todos las demás sociedades grandes que hemos conocido desde la antigüedad hasta el siglo XVIII.
Lo curioso de este proceso es que, durante cientos de años, el avance de la tecnología humana siguió una curva estable y paulatina, en la que no resaltan innovaciones que causaran cambios drásticos en las sociedades de la época. El arco y la flecha, por ejemplo, fueron armas de defensa por siglos y siglos hasta que llegó la pólvora.
Y a pesar de lo revolucionaria que fue la pólvora, el proyectil impulsado por una explosión de pólvora (bola de cañón, bala de mosquete, munición de pistola) se ha utilizado básicamente de la misma manera por siglos de siglos. Igualmente la transportación marina se circunscribió por siglos a la tecnología básica de la vela, al igual que la transportación terrestre constó básicamente de un carruaje tirado por caballos u otros animales.
No fue hasta la Revolución Industrial que la innovación tecnológica del ser humano comienza su ascendencia exponencial. De ese punto en adelante, la maquinaria reemplaza al músculo, el transporte marítimo y terrestre se motoriza, nace el transporte aéreo, llegan la electricidad, las telecomunicaciones, los misiles, las bombas nucleares, la televisión y las computadoras; nace la exploración espacial; se ven avances en la medicina y en las ciencias, y logramos todas las maravillas modernas que conocemos en nuestra “aldea global” digitalizada de hoy, muchas de las cuales hace escasamente unos 10 ó 15 años podrían haber sido cosa de ciencia ficción.
Sin embargo, hay que señalar dos aspectos muy interesantes sobre la innovación tecnológica del hombre a través de los tiempos. Primero, no importa la época, ni cuán grande haya sido una sociedad o un imperio, el desarrollo social del ser humano siempre ha encontrado períodos de estancamiento y hasta colapso motivados por cinco factores básicos: cambios climáticos, migración, enfermedades (plagas), hambruna y/o el fracaso de la estructura social del pueblo (o del Estado).
Pero ante las adversidades, el hombre siempre ha sabido utilizar su ingenio para salir adelante –se cubrió de pieles cuando llegó un frío inusual, descubrió medicinas (o plantas medicinales) que aliviaban sus males físicos, cambió las estructuras de sus gobiernos cuando las otras no funcionaban y aprendió a sembrar diversas variedades de cosechas para sustentarse mejor.
Lo segundo es que, a través de los tiempos, la alta educación en el planeta ha ido creciendo a un ritmo similar al ritmo que ha avanzado la tecnología humana. Durante la Época Romana, se calcula que sólo había unos 50,000 humanos con lo que se consideraba una alta educación.
Esta cifra se mantuvo más o menos estable hasta el siglo XIX, cuando las personas estudiando en universidades ya alcanzaban unas 500,000 en el planeta. Ya para el 1997 ese número sube a 10 millones y en el 2007 había sobre 100 millones de estudiantes universitarios en la Tierra. Es decir, a medida que ha avanzado la tecnología en el mundo, también se han sumado cada vez más personas a los rangos de los educados en universidades.
Aún así, el número actual de sólo 100 millones de graduados de universidad en un mundo que cuenta con más de 6,000 millones de habitantes es una cifra bastante reducida de mentes educadas, por lo que queda bastante espacio para crecer en ese sentido. El punto es que la ampliación de los conocimientos siempre ha sido clave para propulsar el desarrollo socioeconómico del hombre, y esta realidad se hace más evidente hoy, a medida que la tecnología progresa exponencialmente.
Si bien la máquina reemplazó al músculo en el siglo XIX, la informática y el conocimiento serán los que seguirán impulsando las economías del mundo en el futuro próximo y lejano. Serán las mentes innovadoras, y no la riqueza de recursos naturales, lo que dictará el progreso de los pueblos.
De hecho, los recursos naturales cada vez se hacen más escasos en el planeta, por lo que el capital humano, que es ilimitado, se vuelve aún más valioso e indispensable en el siglo XXI, porque esa misma escasez de recursos obligará al ser humano a ser más creativo y hábil si quiere mantener un nivel de vida sustentable, que vaya a tono con el ambiente y el rápido avance tecnológico de los tiempos.
Puerto Rico no está ajeno a este fenómeno inevitable. Podremos carecer de vastos recursos naturales, pero talento y mentes privilegiadas nos sobran. Vamos entonces a desarrollar ese capital humano al máximo para que nuestra Isla pueda asumir un rol más prominente en ingeniar nuevas soluciones a los problemas que asechan a nuestro planeta, bien sea en el ámbito político, científico o social.
Nos compete a todos fomentar la creatividad, la ética de trabajo y la innovación entre nuestros estudiantes y trabajadores para que puedan afrontar fácilmente las demandas de la globalización y las tecnologías emergentes de la genética, la nanotecnología y la robótica que estarán dominando las economías mundiales de hoy en adelante.
Para no quedarnos rezagados en un mundo que avanza a la velocidad del Internet, vamos a ofrecerles a nuestros estudiantes una educación universal, dentro de la cual se le pueda garantizar a todo niño sus estudios preescolares y todo estudiante graduado de escuela superior que sea aceptado en una universidad tenga el derecho a asistir a ella, esto sin importar limitaciones económicas y/o sociales.
Para nuestra clase trabajadora, es imperante crear talleres de desarrollo y conocimiento técnico, como también cursos de educación continuada que le permitan conseguir las herramientas necesarias para competir efectivamente en el nuevo mundo de las economías de conocimiento.
Pero para lograr esta educación continua de nuestra gente, una educación que empiece desde los primeros años de la infancia y siga hasta la vejez, tiene que existir un franco compromiso con la educación y una colaboración explícita de parte de todos los sectores de la sociedad –no sólo el Gobierno, sino igualmente el sector privado, las organizaciones comunitarias y profesionales, los padres y familiares, los municipios y las organizaciones de base de Fe. No podemos permitir que el talento boricua se quede sin explotar todo su potencial.
Nuestro capital humano merece la inversión de recursos, tiempo y empeño que bien hemos invertido en tantas otras cosas. Es cuestión de voluntad y decisión.
Si, aún en la situación económica tan precaria que vivimos, afortunadamente logramos seguir adelante con la obra pública; si siempre nos hemos levantado de los embates de huracanes y desastres naturales; si logramos graduar en Puerto Rico ingenieros de calibre mundial y podemos atraer a nuestra Isla industrias tan altamente tecnológicas como la farmacéutica y de la informática, definitivamente tenemos una enorme capacidad de hacer cosas grandes a favor de nuestro pueblo.
Nuestro capital humano, nuestro talento boricua –que es el verdadero futuro de nuestro pueblo– merece que le dediquemos todo nuestro esfuerzo y mucho más. La decisión está en nuestras manos.
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