lunes, noviembre 28, 2005

El racismo del otro


El racismo del otro Por Carlos E. Chardon

Hace unos veinte años, la amenaza hispana se denominó "the browning of América." La llegada de los bárbaros a América generó la histeria política que resultó en el English Only y en los movimientos “nativistas” en el Partido Republicano, que justificaron la muerte del proyecto Young.

La mayor parte de los republicanos en el Congreso le dio su espalda a un proyecto que la oposición vendió como que traería la estadidad. Así se asegurar ésta del apoyo de los racistas, muchos exdemócratas que habían apoyado al Gobernador Wallace y su agenda racista, re-constituídos en republicanos.

La campaña pesó mucho más que el reclamo moral de don Luis A. Ferré. Don Louie para aquí, don Louie para allá, pero nada de estadidad, pues al vivir mucho más que sus contemporáneos, su base de apoyo había muerto.

La época de los caballeros también. La del dinero se había impuesto. “La razón no grita, la razón convence,” pero bien sabía que “el dinero vence.” Esa es la historia del proyecto Young.
Trent Lott, el admirador de Wallace y Thurmond, lo engavetó. La imagen de muchachitas puertorriqueñas desesperadas por que las preñaran para recibir el welfare, imagen desarrollada por puertorriqueños y pagada por puertorriqueños, todavía vive en muchas personas, debe haber calado muy hondo en él.

L’amour es l’amour et la guerre est la guerre. El ideal merece todos lo sacrificios, aún el de la dignidad. No solamente habían muerto los contemporáneos de don Luis en los Estados Unidos, sino sus contemporáneos en Puerto Rico que ponían a nuestro pueblo por encima del status y las elecciones. Cuando hay mucho dinero de por medio, la dignidad es pamplinas. Y hay billones de dólares de por medio en el juego de status.

Me recordó siempre don Luis al Betánces contra quien mi abuelo Carlos Félix tronaba. Prefería a Calixto García, que daba la orden de matar al enemigo; Betánces abogaba solamente por incapacitarlo y así sacarlo del frente de batalla. Su condición de médico no le permitía provocar la muerte. En buena tradición napoleónica, decía mi abuelo, que aún así fue a visitarlo a Paris (en algún lugar me dejó escrita la dirección) ¿cómo pretende ganar una batalla sin matar? Así era don Luis.

No así la oposición al proyecto Young. Don Luis estaba convencido de que había lugar para un estado puertorriqueño. Su tesis de estadidad jíbara era para consumo local. Allá, su reclamo era de igualdad absoluta puesto que estábamos completamente asimilados políticamente, aunque en otros aspectos fuéramos diferentes. Conocía la tradición americana de respeto a las minorías.
Los Amish en Pennsylvannia se han mantenido a la vera del mundo moderno. Su exotismo se permite tanto como se rechaza el hispanismo nuestro. Sospecho que el problema es que somos muchos y que exigimos derechos que lo Amish están dispuestos a no ejercer: el de la representación política, por ejemplo. En Utah se toleran grupos mormones que practican la poligamia ilegalmente; lo logran por ser pequeñas organizaciones familiares que se mantienen al margen de la vida del estado, aislados y fuera del radar político-social. Tampoco exigen derechos políticos. También se toleran sectas religiosas y su separación, con tal de que no se conviertan en problema para el resto de la comunidad o se topen con imbéciles, como en Waco, donde federales intentaron probar ser más americanos que George Bush y Bill Clinton, juntos.

De hecho, se tolera el que los musulmanes y judíos resuelvan diferencias familiares mediante mecanismos propios de ellos, tradicionales, con tal de que no se violen los derechos civiles. En el Canadá de los esclarecidos, recientemente se prohibió esta práctica. La doctrina de separados y diferentes es la base de todos los territorios, incluyendo el E.L.A. según Kymlicka, promotor del multiculturalismo. Y aunque las naciones indias americanas no tienen el mismo ordenamiento, viven la doctrina de separación y diferentes.

Francia, como los Estados Unidos, es un mosaico montado sobre un seto formal de asimilación. También comparte la misma tesis de formal de asimilación de Estados Unidos, pero sus Departamentos de Ultramar tienen los poderes de los Departamentos europeos; sus habitantes los mismos derecho ciudadanos. No por ello los isleños se consideran iguales por los galoises. Lo franceses de pura cepa.

Durante la crisis de la Quinta República, De Gaulle amenazó con renunciar a la Presidencia de la nación si no le daban los poderes con los que quería gobernar. De haber renunciado, el Presidente de la Nación lo hubiera sido un isleño que Presidía el Senado. ¿Intolerable, n'est pas?
De Gaulle obtuvo lo que quiso, y más.

No nos sintamos tan satisfechos. Aquí, solamente los blanquitos llegan a Gobernador, o los que pueden pasar por blanquitos-y ntre blanquitos hay unos más que otos, como en el caso de Roberto Sánchez Vilella y Negrón López. Sospecho que por ser tan duchos en el manejo de nuestro racismo fue que pudimos usarlo tan bien en Washington para detener el proyecto Young. El racismo de ¿Y, tu abuela, adonde está? lo mejoramos con el que nos enseñaron a principio de siglo los gobernadores americanos. Por eso, los mejor asimilados, manejamos a los racistas en el Congreso como nos dio la gana. La verdad es que estamos al nivel del mejor y el peor de allá.


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