viernes, junio 19, 2009

Evolución del derecho ciudadano al voto: Progreso inconcluso

Evolución del derecho ciudadano al voto: Progreso inconcluso
Por Dr. Pedro Rosselló Catedrático

La ciudadanía americana y el derecho al voto: estos conceptos nos parecen estar inextricablemente entrelazados; un conjunto, como del pájaro las dos alas. Igualmente indiscutible es la idea de que el derecho al voto –la concesión democrática– debe extenderse a todos los ciudadanos adultos, sin importar raza, religión, género o lugar de residencia.

De hecho, estos principios de la vida americana, aparentemente sólidos, se han ido grabando gradualmente en nuestra cultura política y sistema de gobierno. Estos dos principios no formaban parte del paradigma predominante de las 13 colonias británicas rebeldes de América del Norte, como tampoco formaban parte del paradigma predominante de la nación soberana que se proclamó en la Declaración de la Independencia de 1776.

El concepto del derecho al voto – o el sufragio– ha ido evolucionando y extendiéndose progresivamente a lo largo de la historia americana. Algunos ven este proceso como una concesión paulatina de un privilegio a un por ciento cada vez mayor de la población. Otros argumentan que el derecho al voto es indispensablemente fundamental en cualquier democracia; que es un derecho humano político universal y que, por lo tanto, la historia de EE.UU. simplemente ha ido reconociendo progresivamente este derecho natural.

Durante la época prerevolucionaria, en lo que es hoy Estados Unidos de América, los británicos presidían sobre un sistema que circunscribía severamente el derecho al voto en las colonias. El sufragio se limitaba a los varones blancos protestantes terratenientes – y aún este grupo selecto carecía de representación en la legislatura del Reino Unido. Este embrión fue el que gestó para convertirse finalmente en el diverso y vibrante cuerpo político americano de hoy. Muchos factores alimentaron este proceso de crecimiento: la propia independencia, por ejemplo, como también alteraciones en los patrones demográficos y de inmigración, que en sí fueron consecuencia de, y contribuyeron a, el cambio socioeconómico. Poco a poco, el sufragio fue expandiéndose.

Al principio, los individuos que se definían como “el pueblo que consiente a ser gobernado” no llegaba a constituir un por ciento amplio y representativo de toda la población adulta. A medida que los nuevos estados aprobaban sus leyes electorales, el sufragio terminaba en manos de un 50 % a un 80% de los varones blancos adultos del país, lo que se traducía a un 10% ó 16% de la población total. Además, cabe señalar que sólo el 6% de toda la población participó en la elección de George Washington como primer presidente de Estados Unidos.

De esta forma, miles y miles de ciudadanos se quedaron sin derecho al voto durante los primeros años de la República. Entre los marginados estaban las mujeres, los afroamericanos, los hombres blancos que no tenían título de propiedad; personas menores de los 21 años (la mayoría de edad en Massachusetts era a los 24), y los no protestantes. En otras palabras, aún el estereotípico blanco, anglosajón, protestante (“WASP”, por sus siglas en el argot americano) no podía votar.

No fue hasta el 1860 que se logró el sufragio universal para todos los varones blancos del país. Cinco años más tarde, al adoptarse la 13ra. Enmienda a la Constitución de EE.UU., los negros obtuvieron el derecho legal a votar. En 1868, la ratificación de la 14ta. Enmienda estableció un derecho uniforme a la ciudadanía y al trato igual bajo la ley para “toda persona nacida o naturalizada en Estados Unidos”. Y, en cuanto al derecho al voto en sí, en 1870 la 15ta. Enmienda declaró inequívocamente que: “El derecho al voto para los ciudadanos de los Estados Unidos no se negará ni se limitará por Estados Unidos ni por ningún estado por razón de raza, color o condición previa de servitud.”

Así, la Constitución expandió dramáticamente el tamaño del electorado y capacitó a miles de afroamericanos a los que antes se les había negado el sufragio, aunque bien se sabe que, durante el período de la postreconstrucción luego de la Guerra Civil, en el Sur se aplicaban tácticas que eficazmente paralizaron el voto negro por casi un siglo. De forma similar, las mujeres tuvieron que luchar por varias décadas antes de lograr su derecho al voto.

Finalmente, el 26 de agosto de 1920, el movimiento del sufragio femenino fue recompensado al ratificarse la 19na. Enmienda: “El derecho al voto de los ciudadanos de los Estados Unidos no se negará ni se limitará por Estados Unidos o por ningún Estado por razón de sexo”. Luego de 75 años de arduo e implacable esfuerzo, las mujeres, que representaban la mitad del electorado potencial (es decir, legítimo), se integraron instantáneamente al campo político.

Esta marcha implacable hacia una igualdad cívica define la misión y promesa de nuestra república: la de perseguir en todo momento “el formar una unión más perfecta”. Por eso, los americanos de hoy tienden a creer que disfrutan de la más exaltada manifestación de la democracia – un modelo para los menos afortunados en otras partes. Muchos piensan que la extensión gradual del derecho al voto a casi todos los ciudadanos ha cumplido cabalmente con el componente electoral de la misión que tenían los Padres Fundadores.

Pero la realidad es otra. Todavía faltan piezas de ese rompecabezas. De una parte, aún persiste la negación de facto al derecho al voto (teóricamente ilegal, sin embargo muy real) de ciudadanos ostensiblemente capacitados. Esto salió a relucir de manera muy novel luego de las elecciones del 2000. De otra parte, también persiste la negación (aún más desconocida) de jure al derecho al voto – es decir, una negación al voto completamente legal- a ciudadanos americanos que residen en los territorios de los EE.UU.

Esta denegación del derecho fundamental al voto, aunque parezca incompatible con los principios democráticos que definen nuestra nación, sigue siendo práctica común. Pero al igual que otras injusticias sufragistas que se enconaron interminablemente en la agenda nacional antes de ser superadas, ésta también espera su resolución.

Esta es una de varias columnas adaptadas en serie del contenido del libro “El asunto inconcluso de la democracia americana” (2009). El autor es profesor universitario.

2 Comments:

At 7:38 p. m., Anonymous Anónimo said...

Interesante artículo. Es muy iluminador el recuento histórico que hace el Dr. Rosselló del proceso electoral en Los Estados Unidos. Echa abajo algunos mitos fundamentados principalmente en la ignorancia que tenemos de la historia de ese país.

 
At 7:39 p. m., Anonymous Anónimo said...

Interesante artículo. Es muy iluminador el recuento histórico que hace el Dr. Rosselló del proceso electoral en Los Estados Unidos. Echa abajo algunos mitos fundamentados principalmente en la ignorancia que tenemos de la historia de ese país.

 

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